1.11.10

Hay ciertas cosas en la vida que suceden porque sí, pasan de largo y ya está. No hay más. No existe ninguna explicación científica, psicológica ni situacional que sea capaz de analizarlo. Quizás sólo sea la casualidad o únicamente el despiste de un descuido que parecía casi seguro.
Como un espejo que cae al suelo y se rompe. Cada uno de sus trozos afilados se te clava haciéndote sangrar partes de tu cuerpo que ni siquiera sabías que existían. Su sonido te hace sordo a lo que te rodea y al mismo tiempo, te miras en los que han quedado tirados por el suelo. Es tu reflejo. Eres tú, roto. Y le prometes que nunca más lo dejarás caer ahí abajo y te prometes, que jamás volverás a tener que curarte.
Tendrás una herida sin cicratizar. No confiarás en tu dolor pero los trozos que dejaste te pincharán cada vez más suave, cada día más lejos. Ya no volverás a hacerte daño.
Y ya está. Sucede porque sí. Revivirémos para reconstruir el espejo, buscarémos sus partes y nos mirarémos sin complejos. Sin miedo.

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